miércoles, 14 de noviembre de 2012

Comentario al libro de Eclesiastés: Parte I de VI

He escuchado muchas veces que el libro bíblico de Eclesiastés no es inspirado por Dios. Pero al leerlo puedo ver al Espíritu Santo inspirando las palabras del Predicador Salomón. En virtud de estos argumentos, me gustaría exponer los puntos más sobresalientes de este libro y las razones para ser incluido en la Palabra de Dios. Para ello haremos un repaso por el libro.

Comienza declarando el Predicador una sentencia profunda: "Todo es vanidad" (1:2). Con vanidad el rey se refiere a algo que es fatuo y fútil. Con esta expresión el autor hace referencia a lo que aprendió producto de su propia experiencia. Continúa diciendo: "...Y nada hay nuevo debajo del sol"(1:9). Luego de haber disfrutado de todos los placeres posibles, el sabio pudo llegar a esta conclusión. Por lo cual prosigue: "Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu." (1:13,14). El capítulo uno nos deja una lección importante: Ninguna cosa que hagamos en esta Tierra nos puede hacer felices por sí mismas. Por ejemplo, nada ni nadie nos puede asegurar que con todas las riquezas materiales de este mundo vamos a ser felices; sólo a través del conocimiento de Dios y Su Hijo Jesucristo podremos alcanzar la felicidad. Recíbele ahora mismo en tu corazón confesando tus pecados delante de Él: "Padre celestial, reconozco que te he fallado y que he puesto la mirada en las cosas de este mundo antes que en Ti. Confieso que he pecado y te pido perdón. Ayúdame a no pecar más contra ti. Te pido que anotes mi nombre en el libro de la Vida y que lo borres del libro de la Muerte. En el nombre de Tu Hijo Jesús. Amén."

El capítulo dos es sorprendente. El Predicador continúa disertando sobre sus vivencias y de la lección que recibió de ellas. Veamos:

"Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes." Para darse luego cuenta que también ello era "vanidad y aflicción de espíritu" (2:1). Detalla todo lo que hizo para engrandecerse y "disfrutar" de la vida, él escritor narra:

"Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; (...) Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol." (2:8-11)   

Luego da dos máximas sublimes: "Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas" (2:13,14).

Termina afirmando en el capítulo dos: "No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. Porque ¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo? Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu." Vaya conclusión: Debemos reconocer que las bendiciones materiales también vienen de la mano de Dios y que debemos administrarlas sabiamente como buenos mayordomos.
 
No te pierdas la continuación de este Comentario a este maravilloso libro de la Palabra de Dios...

 




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