En esto radica la danza, en que tú mi hermano puedes también hacerlo. Sólo tienes que disponer tu corazón y que brote el manantial que hay en ti, es que tan solo levantes un nuevo cántico a tu Dios a través de tu cuerpo que es templo de su Santo Espíritu que mora en ti y en mí, pero es necesario que logremos reconocer que debe ser en todo tiempo, no sólo cuando nos sintamos alegres, o cuando nos esté yendo bien; en todo tiempo dice la Palabra que debemos alabar a nuestro Señor, su Palabra debe estar de continuo en nuestras bocas.
Así es la danza perfecta, esa danza capaz de mover el Cielo a tu favor, la danza que esté limpia, compuesta con un corazón contrito y humillado. María lo entendió cuando dijo: “Alabad a Jehová”, reconoció que fue Dios quien fue capaz de librarlos. Ante el trono de Dios tenemos que reconocer su grandeza, por eso la danza va acompañada de la alabanza que significa “engrandecer, sobreponer, reconocer el Nombre que es sobre todo nombre, en el cual toda rodilla tiene que doblarse y toda lengua tiene que confesar ese nombre: el nombre de Jesucristo”. Y la adoración es esa entrega total dependiente de Dios, reconocimiento de que sin Él no somos nada, por eso habla el rey David: “crea en mí un corazón limpio y un espíritu recto delante de ti”, porque sólo así podremos llegar ante su presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario