Esta mañana reflexionaba acerca de un programa de televisión que veía cuando era niño, el cual algunos años recientes fue llevado a la pantalla grande: El hombre increíble (Hulk), me acuerdo mucho que no me perdía ningún capítulo y en la inocencia de aquellos días me asombraba aquella inverosímil transformación de aquel hombre debilucho en el fortachón monstruo verde que destruía cualquier cosa que se cruzara en su camino. Recuerdo bien que todo comenzaba cuando veía algo injusto, o cuando algunos comenzaban a molestarle hasta el punto tal que la bestia dentro de él explotaba, tornando el color normal de sus ojos en una asombrosa mirada verde y luego de rasgar su ropa desataba su furia sin compasión en aquellos que le agredían. Era una total transformación de un hombre tranquilo, apacible e inofensivo, en alguien completamente opuesto.
Finalmente, cuando la rabia pasaba, aquel hombre volvía a la normalidad sin ser consciente del daño que había hecho.
Esto me puso a pensar en lo que dice la Palabra de Dios:
"Refrena tu enojo, abandona la ira;
no te irrites, pues esto conduce al mal." - Salmos 37:8 (NVI)
Este personaje producto de la ficción es una increíble analogía de lo que puede llegar a ser de nuestras vidas cuando no tenemos dominio propio. Cuando permitimos que las circunstancias nos saquen fácilmente de casillas y dejemos que la ira tome el control de nuestras emociones, palabras y por último de nuestras acciones. Cuando, cegando nuestro razonamiento, damos rienda suelta y dejamos que esto pase, las consecuencias serán muy similares a las del programa: habremos destruido a alguien moral, emocional, e incluso físicamente. Para arrepentirnos luego de nuestro descontrol cuando la situación ya es irremediable, porque al igual que el protagonista de la serie podríamos lamentarnos y decir: "No soy yo cuando me enfurezco"
Domina al gigante de la rabia que llevas dentro, y cómo a cualquier otra obra de la carne, hazlo morir, sujetando tu voluntad a la voluntad de Cristo.
Recuerda: Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo (Efesios 4:26)
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