Esta mañana vi a un pequeño niño listo para ir al colegio tomado de la mano de su madre. Ella cuidadosamente lo ayudaba a subir las escaleras y esperaba pacientemente a que el pequeño infante diera paso tras paso hasta llegar arriba. Era obvio el cuidado y amor reflejado en el rostro de aquella cuidadosa mamá.
Este hecho no me llamó la atención tanto como recordar que aquella criatura es de aquellos catalogados por la gente como niño especial. Eso sí me puso a pensar en lo increíble que es el amor de los padres hacía sus hijos. Un amor que está dispuesto a sacrificar todo lo propio del padre o la madre para entregarlo sin reservas a su hijo. Un amor que no espera recibir compensación alguna por lo que se da. Un amor que se da sin esperar nada a cambio. En otras palabras, un amor parecido al de Dios por sus hijos e hijas.
Podemos estar confiados en la mirada vigilante y el celestial cuidado de nuestro Padre Eterno. Podemos llegar confiadamente a Él, ya que si nosotros, siendo imperfectos, podemos demostrar nuestro amor a nuestros hijos, cuanto más Dios quien es perfecto, bueno y eterno.
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:13
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